PESCIOLINO, EL COME LIBROS
POR JORGE GÁMEZ
Qué le voy a ser, tengo fascinación por los libros y en pleno velorio de mi vecino, tuve la necesidad de introducirme en su biblioteca, más el respeto por el difunto y los espacios ajenos me hicieron al comienzo echar para atrás. Sin embargo, pudo más la curiosidad que los principios inculcados y durante el novenario me dejé colar hacia lo que significó el santuario de mi vecino. Al echar un vistazo me asombró la cantidad de temas que incluía la biblioteca; sobre la mesa, libros ya leídos y otros a medio camino, notas de farmacopea y recetas por desarrollar, escrito todo, con una pluma que ya no aceptaba un sorbo más de tinta. Me di cuenta que mi vecino, el boticario, intentó encontrar la solución pero la peste lo alcanzó y los ensayos por el curar nunca los inició y su botica siguió quedando en deuda por mejorar a sus concurrentes enfermos.
A pesar de las circunstancias, la Semana Santa se inició con los tradicionales actos litúrgicos, en muchas casas los novenarios perseguían y ya me había acostumbrado a introducirme sigilosamente en la biblioteca de mi vecino, ¿Quizás pudiera seguir o interpretar lo que él perseguía? ¿Podría yo curar la enfermedad? Tomando un respiro para descansar de la lectura de las notas dejadas por el difunto, levanté la cabeza y al mirar hacia uno de los libros que tenía muy cerca, me llamó la atención un pequeño ser que se dejó mirar fugazmente perdiéndose entre las solapas de los libros contiguos. Escudriñe detrás de estos, los abrí y no me fue posible conseguirle. Sólo rasgos pude mirarle destacando su brillo y su forma parecida a una zanahoria aplastada. Al cabo de un instante, el mismo ser de dejó asomar, esta vez, pareciera que quería que le observara, cosa que hice pudiendo notarse seis patas, dos largas antenas y un trio de filamentos ubicados hacia la zona más delgada del cuerpo. Ya iba reconociendo a aquel inquilino, por lo menos ya sabía que era un insecto de los que no poseen alas. El animalillo dejó que me acercara bastante; pero, a la distancia fundamental para él, volvió a perderse entre los libros. Me percaté, esta vez, que la aparición la había realizado sobre un libro de lomo naranja, el mismo de la primera aparición. Lo tomé, lo abrí buscando al pequeño ser, noté ciertas partes comidas de las hojas así como el engomado y entre los intersticios logré de nuevo observarle. Me quedaba claro que éste pequeñín se alimentaba del azúcar complejo constituyente de los textos. Ojeando al libro, me detuve en una página sobre la que encontré al intranquilo ser caminando en círculos rápidamente alrededor del título. De repente, dejó de hacerlos y se perdió entre las costuras roídas del libro. Dirigí la mirada hacia el título el cual rezaba: “El Limonero del Señor”. Inmediatamente mi atención la centré en la portada de la cual leí: “Crónicas de ayer”, volví a la página para leer lo allí reseñado de la cual me enteré que en ésta misma parroquia había ocurrido una epidemia y que a falta de una terapéutica adecuada fue ofrecida una procesión con el Nazareno de San Pablo. En el fragor del traslado, en la esquina de Miracielos, hubo necesidad de esquivar un lodazal por lo que desviaron el camino tropezando la cruz con un árbol de limón cuyos frutos cayeron a los pies de los fieles quienes con acertada visión de fe tomaron la infusión que alivió los males de entonces ¡Perplejo quedé al concluir la lectura!, estábamos en Semana Santa y al día siguiente se haría la procesión del Nazareno de San Pablo. A pesar de mis achaques de viejo, salí del novenario lo más rápido que pude y me dirigí hacia la esquina bendecida la cual no estaba lejos. Al llegar a ella, ¡Mi sorpresa fue enorme! Pude ver al árbol de limón, “El Limonero del Señor” tan vívido como debió estar hace cien años. Mirando sus frutos amarillos pensaba en qué hacer, no había tiempo para compartir lo que había experimentado, ¿Quién creería? Sólo se me ocurrió, de camino a mi casa, escribir un mensaje y dejarlo sentir en la casa cural. Busqué pluma, tinta y papel escribiendo en el mismo: “Si tienen fe, Dios les curará a través del Nazareno de San Pablo. Háganlo rozar con el limonero que está en la esquina de Miracielos, los limones caerán y beban de su jugo, divulguen el milagro”. Embalé una roca con el mensaje y vidrios tronaron pero de seguro, el mensaje llegó. Al día siguiente me aposté sobre la esquina bendita y observé como el Nazareno volvía a rozar el árbol de limón con la cruz, cayendo los frutos que fueron recogidos y de inmediato los trasladaron a la iglesia donde se preparó la infusión endulzada con papelón que al ser repartida erradicó la peste en muy poco tiempo. El Limonero del Señor volvió a salvar y la fe de nuevo se avivó. ¿Sería coincidencia lo ocurrido?
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Por la noche, en la última noche de mi vecino el boticario, me asomé en la biblioteca, busqué el libro, lo abrí en la página de la revelación encontrando al lado del título de la crónica un nombre hecho por mordeduras en el papel que sin duda fue realizado por el animalito. El nombre encontrado, Pesciolino. Cerré el libro y lo coloqué, esta vez para siempre, en su sitio ocultando en mí ser lo vivido. Habiendo inmigrantes en el país fui indagando sobre el nombre hasta que un residente italiano me aclaró su significado el cual correspondía a un diminutivo que traducido al español significaba pececillo. El nombre, indagando un poco más, estaría asociado a pequeños insectos que tienen escamas imbricadas como ciertos peces y de allí su apariencia y brillo parecido a los peces. Así resultó, que en aquella biblioteca no sólo escribía y estudiaba el boticario, había un ser elegido que a pesar de su aparente simpleza, no sólo comía libros, también “comía” de ellos conocimientos y que por una decisión de seguro divina, él y yo ayudaríamos, sin volver a cruzarnos, a remediar una mala hora por la que atravesaron los renovados fieles de la Caracas histórica.
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